¿Cómo describía Santa Teresa de Ávila el alma humana?

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Mientras rogaba hoy a Nuestro Señor que hablara por mí, no sabiendo qué decir ni cómo comenzar esta obra que la obediencia me ha encomendado, se me ocurrió una idea que explicaré y que servirá de fundamento para lo que estoy por escribir.

Pensé que el alma se parecía a un castillo, formado de un solo diamante o de un cristal muy transparente, y que contenía muchas habitaciones, así como en el cielo hay muchas mansiones. Si reflexionamos, hermanas, veremos que el alma del justo no es más que un paraíso, en el cual, nos dice Dios, se complace. ¿Qué, imagináis, debe ser esa morada en la que un Rey tan poderoso, tan sabio y tan puro, que contiene en sí mismo todo bien, puede deleitar descansar? Nada puede compararse con la gran belleza y capacidades de un alma; por muy agudos que sean nuestros intelectos, son tan incapaces de comprenderlos como de comprender a Dios, pues, como Él nos ha dicho, nos creó a su imagen y semejanza.

Siendo esto así, no hemos de cansarnos de tratar de darnos cuenta de toda la belleza de este castillo, aunque, siendo criatura suya, está toda la diferencia entre el alma y Dios que hay entre la criatura y el Creador; el hecho de que esté hecho a imagen de Dios nos enseña cuán grandes son su dignidad y hermosura. No es pequeña desgracia y desgracia que, por culpa nuestra, no entendamos nuestra naturaleza ni nuestro origen. ¿No sería crasa ignorancia, hijas mías, si cuando a un hombre se le pregunta por su nombre, o por su país, o por sus padres, no sabe contestar? Por estúpido que sea esto, es indeciblemente más tonto preocuparse por no aprender nada de nuestra naturaleza excepto que poseemos cuerpos, y solo darnos cuenta vagamente de que tenemos almas, porque la gente lo dice y es una doctrina de fe. Rara vez reflexionamos sobre qué dones pueden poseer nuestras almas, quién habita dentro de ellas o cuán extremadamente preciosas son. Por lo tanto, hacemos poco para preservar su belleza; todo nuestro cuidado se concentra en nuestros cuerpos, que no son más que el tosco engaste del diamante, o los muros exteriores del castillo.

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Imaginemos, como decía, que hay muchas habitaciones en este castillo, de las cuales unas están arriba, otras abajo, otras al costado; en el centro, en medio de todos ellos, está la cámara principal en la que Dios y el alma tienen su relación más secreta.

Piense en esta comparación con mucho cuidado; Quiera Dios que os ilumine acerca de las diferentes clases de gracias que Él se complace en otorgar al alma. Nadie puede saberlo todo sobre ellos, y mucho menos una persona tan ignorante como yo. El saber que tales cosas son posibles, os consolará grandemente si Nuestro Señor alguna vez os concediera alguna de estas mercedes; las personas mismas privadas de ellos pueden al menos alabarlo por su gran bondad al dárselos a los demás. El pensamiento del cielo y de la felicidad de los santos no nos hace daño, sino que nos alegra y nos impulsa a ganar para nosotros este gozo, ni nos hará daño saber que durante este destierro Dios se puede comunicar a nosotros, repugnantes gusanos; más bien nos hará amarlo por tan inmensa bondad e infinita misericordia.

Santa Teresa de Ávila (1515-1582) fue una gran reformadora de la orden carmelita en España durante el siglo XVI y una querida escritora mística. Su obra más famosa es “El castillo interior”, citada aquí, que escribió en 1577 como guía para la vida espiritual. Fue canonizada santa en 1622 y proclamada primera mujer Doctora de la Iglesia en 1970. Su fiesta es el 15 de octubre.