Se decía que el joven beato José Gérard (1831-1914) estaba tan lleno de celo misionero que ningún compromiso pastoral cerca de casa satisfaría la llamada del Señor escuchada en lo profundo de su alma.
Pertenecía a los Oblatos de María Inmaculada, una congregación religiosa de hombres fundada en Francia por San Eugenio de Mazenod para llevar el Evangelio a los pobres de todo el mundo. Ordenado diácono por el fundador, el joven Gérard partió inmediatamente para su misión en el sur de África.
Gérard era muy respetado por sus superiores y colegas. Conocido por su piedad y santidad, no se pensaba que fuera un académico, aunque tenía facilidad para aprender nuevos idiomas.
Poco tiempo después de llegar al ministerio entre los zulúes en 1854, Gérard fue ordenado sacerdote. Debido a que varias misiones establecidas por los Oblatos se volvieron demasiado difíciles, avanzaron para comenzar otras oportunidades. Su santo fundador escribió para alentar a Gérard: “La victoria se promete solo a la perseverancia”.
Curiosamente, además de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, los oblatos hacen un cuarto voto de perseverancia. La gracia de la perseverancia incondicional es exactamente lo que define el corazón misionero de Gérard, y era lo que necesitaba para soportar las dificultades que se avecinaban. La evangelización entre las tribus a las que fue asignado trajo muchos desafíos. Por ejemplo, la gente sentía que no tenía necesidad de conversión, y no iban a dejar de lado prácticas que creían que sostenían su economía y sociedad, como la poligamia.
Los primeros años de trabajo de Gérard con el pueblo basotho parecieron dar pocos frutos. No tenía muchos catecúmenos que preparar para entrar en la fe cristiana. Y otros que eran amigos de él no consideraron seriamente tal perspectiva. Pasaron dos años antes de que pudiera atraer allí a su primer catecúmeno.
Se dice que el celibato sacerdotal les dio a los misioneros más credibilidad entre los nativos, a diferencia de los misioneros calvinistas. El celibato mostró autenticidad en la vivencia del Evangelio e hizo de la vivencia del Evangelio algo tangible y creíble.
Una de las principales tareas de un misionero es llegar a ser aceptado y respetado. Sólo entonces la fe que predican puede empezar a echar raíces en el corazón de la gente. El Papa San Juan Pablo II indicó el éxito de Gérard en este sentido en su beatificación en 1988: “La gente quería estar cerca del Padre Gérard porque siempre parecía estar cerca de Dios”.
El valle de Roma en Lesotho. Dominio publico
Desde su llegada a África, Gérard se propuso vivir entre su gente, como su gente. Emulando al Sagrado Corazón de Jesús, a quien se consagró temprano en su sacerdocio, el Padre Gérard pasó su vida por su pueblo. Como él mismo dijo, él y sus hermanos fueron llamados a emular a Jesús a través de su trabajo: “Somos embajadores de Cristo, y como él, hemos venido por ustedes, para vivir y morir por ustedes”.
A Gérard no le importaban los obstáculos que se le presentaban, deseando solamente llevar a Jesús a las personas a su cargo. Ante tantas penalidades, llevaría la Eucaristía a la gente a pie oa caballo. También sembró entre su pueblo las semillas de su intensa devoción mariana.
Cuidando a los necesitados hasta poco antes de su muerte, pasó sus últimos años en la misión original en la que sirvió. Él describió acertadamente su propio espíritu cuando describió su ambición espiritual en algunas notas de retiro: “Debemos amarlos, amarlos a pesar de todo, amarlos siempre”. El apóstol de Lesotho murió el 29 de mayo de 1914.
Su fiesta es el 29 de mayo.