Un trabajo de amor

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El 1 de mayo, la Iglesia universal celebra la fiesta de San José Obrero, instituida por el Venerable Papa Pío XII en 1955 para reconocer la dignidad del trabajo humano y combatir el Primero de Mayo comunista.

Toda la vida de San José fue vivida al servicio de Dios, Su siervo sabio y fiel, cuidando del Santo Niño que Dios le dio a él ya la Santísima Madre.

Sus prerrogativas son las que muestran más claramente las características de San José. Cuando se enfrentó a la realidad de que su prometida estaba embarazada, sin su participación, San José respondió con fe. Su respuesta no involucró palabras; de hecho, no se registran palabras de San José en toda la Escritura.

Pero, tal vez, ese es el punto. Como el Papa San Juan Pablo II escribió una vez: “Los Evangelios hablan exclusivamente de lo que José ‘hizo’. Aún así, nos permiten descubrir en sus ‘acciones’, envueltas en silencio como están, un aura de profunda contemplación”. ¿Podría San José haber escuchado a Dios, y respondido sin reticencias, si el silencio no fuera parte de su vida?

El Evangelio muestra que San José no cuestiona el plan de Dios, no pierde el tiempo ni se encierra en sí mismo. No parece importarle si lo pueden expulsar de su ciudad natal o perder su negocio de carpintería. San José no cuenta el costo de lo que podría significar para él si toma a María como su esposa, dado que la mayoría dudará de la concepción virginal de su bebé. No, San José no cede a ningún miedo ni a la tentación de dudar. En silencio, San José obedece. En la fe, San José es un hacedor y da su vida por su amada.

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La Antífona de la Comunión en la fiesta de San José el Obrero toma una línea de la Carta de San Pablo a los Colosenses y resume muy bien a San José: “Todo lo que hagáis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor (3:17).

Para mí es claro que, más que carpintería, el amor es labor de San José. Que él nos inspire a todos cada día más para hacer el trabajo que Dios pone en nuestro camino.